Dicen que el amor es ciego
y es verdad, aunque también sea clarividente. Encuentro en la paradoja la única
forma de explicarme esa búsqueda en otro de la mitad que nos falta para ser
felices, y que puede mostrarse en una entrega tan determinada como incomprensible
e inteligente.
Dicen también que todo el
mundo precisa de alguien, y es más que obvio, porque cualquier contacto
interpersonal que signifique afinidad encierra una necesidad que florece porque
primero se siembra, incluso desde el silencio.
El amor de pareja anda a
ciegas porque sí, porque preferir a alguien desde una primera impresión para
compartir sentimientos que queremos dar y recibir es una posibilidad, aunque
esté disfrazada solo con el gusto físico de un impacto quizás irrazonable.
El amor es además
intuitivo mientras se comprueba que el ser imaginado para que esté a nuestro
lado en toda circunstancia ya es parte de uno mismo, y reconforta que hayamos
elegido, si no como en sueños, al menos bien.
Debiéramos pensar que si
amamos el amor existe, que si lo creemos muerto valió alimentarlo cuando
existió, y si no lo empezamos le tememos cual primitivitos al trueno, quizás
dejando a la providencia lo que debemos encauzar nosotros.
Debiéramos pensar que el
amor es la palabra más importante después del término vida, no importa si para
optimistas o escépticos, pues vivimos para amar y amamos para vivir convencidos
de que con sentimiento y desvelo se puede un día tocar el cielo.
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