Acabo de saberme drogadicto. Si hasta hoy me declaraba
solo arrastrado por el deseo imperturbable de tomar café, ahora me creo absorbido por un ordenador.
Ya una perspicaz colega había referido que la
computadora está considerada como la cuarta droga más letal del mundo, pero
solo al repetirlo un galeno supuse que a
diario me incita el abismo.
Cuando en una consulta médica dije en qué y cómo
trabajo, el clínico relacionó la sospechada contractura muscular que yo padecía
con el esfuerzo físico y la cantidad de horas sentado delante de un equipo con
servicio de internet.
El galeno no descubría mucho, pero de alguna forma fue sensata
la alerta de que la tentación por un monitor acoplado a una máquina puede incentivar
como una mujer hasta lo enfermizo.
Hace poco una recién llegada al team Radio Baracoa me sugirió
dedicarle más tiempo a mi pareja, o, cuando menos, compensar mejor el tiempo de
revisión o elaboración de textos con las horas necesarias para estructurar
debidamente diálogos, caricias y sexo en casa.
Me sentí desarmado, no tanto por el consejo, sino
porque supe que la muchacha hablaba a partir de una experiencia personal en su
contra, y porque en minutos abrió una brecha en mi rutina de ligarme al trabajo
como se deja atada una bestia a un árbol.
Después de eso, de considerarme incorregible, de seguir
esclavizándome en lo laboral por la fuerza de la costumbre y de no encontrar
salida, sigo metido en internet como con amante insaciable.
Sumergido en esa droga, celebro estar ajeno al consumo
de estimulantes nocivos, a la función narcotizarte que un avezado comunicólogo
atribuyó a los medios de difusión masiva, a los somníferos de la televisión
cubana, a las conversaciones dilatadas y sin provecho de tanta gente; en fin,
al sin sentido.
¿Cómo depender entonces de un monitor y un teclado de
computadora, que ni tonifican como el café, ni desinhiben como el alcohol, ni
“liberan” como el polvo blanco que inhala quién sabe cuánta gente en el
mundo?
Culpable es el periodismo, una especie de alucinógeno que
en la cumbre pone a prueba el corazón y casi corta el respiro.