Bienvenidos

Los primeros pensamientos para encontrar nombre a este blog fueron tan arduos que pronto desistí. Intenté una y otra vez encontrar un término aceptado por la lengua o inventado que denotara Baracoa, mi primera tierra, y nunca quedé conforme. Entonces reparé en que al pensar recreaba un mundo muy propio, quizás porque el que vivimos todos no contenta como yo quisiera, y exige creer que el Sol va a iluminar el día, aunque haya nublados. Creo que nombrar este blog La bolita´el mundo puede expresar mi deseo de representar, aunque sea desde el yo personal, lo que desde niño imaginé universo, hoy tan frágil y vulnerable que por momentos no parece más que una pequeña esfera. La bolita´el mundo es mi mundo, es Baracoa, Cuba, mi familia, mis amigos, son los cubanos dispersos por doquier, las personas incluso que no conozco y la sensorialidad por la que respiro y busco armonía para convivir con la gente en y desde todo lugar, desde toda expresión. Es, en fin, el mundo en mí. O si se quiere, yo en el espacio creado por Dios o la Gran Explosión, según se crea. Lo importante será la palabra, esa por la que me gano el pan y trato de hacer verso.

viernes, 31 de diciembre de 2010

El mar


Los recuerdos pueden ser como arrullo de olas. Es una sensación que debo al mar, una y otra vez en mí cuando pienso en lo más hermoso del lugar donde nací, me encuentre donde me encuentre, tenga el ánimo que tenga, o necesite ubicar un paisaje en la memoria.

En mi inconclusa alianza con el océano puedo concebir el idilio de un niño que cuando perdió el mayor temor a las olas jugaba sonriente con el agua, tendía a exponerse demasiado al sol y veía aquellos instantes como la felicidad que siempre hubiera deseado.


Niñez y felicidad son principio y fin, una por constituir un estado de gracia, la otra por ser meta suprema de la existencia que llamamos vida, y que el mar reproduce con notables dinamismo y contraste.

Cuando escucho desde mi casa las olas proyectarse contra la arena sé dónde existo. De los rompientes en la playa Caribe me separa un kilómetro, pero cuando cae la noche y cesan los ruidos siento un proceso que sé simultáneo en muchas partes y asocio a la imagen más vívida de Baracoa.

Creo que a Cuba también la descubrí en el océano. Imaginar este archipiélago sin la gran masa de agua en apariencia azul que la rodea es ya imposible, y pensar en los que se valen del mar me remite lo mismo a bañistas que a pescadores con embarcaciones minúsculas, cuando no a marineros o a quienes quieren dar un vuelco radical en su destino.

Hoy están fuera de este país muchos de mis compañeros de aula  universitarios. “¿Qué les pasó?”, me pregunto. “¿Qué nos pasó?”, me respondo, para no dejar en solitario su decisión de partir.

Uno de ellos escribió desde Alemania que lo que más extraña de La Habana antes compartida es el mar. Otra, desde Canadá, dijo que el malecón, y sus experiencias profesionales en la radio. Pero, más allá de la identificación con ambos, y de la nostalgia, a mí me duele el mar de otra forma.

Lamento que también sea escenario de tantas tragedias entre quienes lo creen vía destino Norte y nunca llegan. En lo particular, sentir por el indescifrable número de paisanos destrozados por dentelladas de tiburones, ahogados o interceptados por guardacostas de una u otra orilla mientras viven un sueño hecho aventura quizás no me haga más cubano, ni más humano. Pero me hace, y eso basta.

El mar y la forma en que se muestre es un mito recurrente. Si está fiero como león, aterra; si ondulante sin preocupar, apacigua; si manso como paloma, sublima.

Para mí, vivir sin el mar no me hubiera hecho quién soy. Eso explica que aún donde resido, con tanto verde también a la vista, a veces creo que pienso en azul.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Kakán


Lo olvido, pero vuelve. Lo olvido porque solo compartimos espacio físico; regresa porque la distancia entre ambos se perdió en el abismo y desde entonces recuerdo que tuvimos el mismo barrio, y muy escasos cruces.

Nunca supe su nombre, ni el por qué del mote, ni si lo escribiría como ahora a mí se me ocurre hacerlo. Coincidimos casi 30 años atrás como alumnos del único preuniversitario de la calle en Baracoa, hasta que dejé de verlo, como a otros, porque un llamado los sacudió como para nunca haber dicho no.

Su partida hacia Angola casi coincidió con la de un hermano mío. Pasaron meses y el fin de año en que faltó alguien necesario en casa vi por primera vez a mi madre llorar la ausencia de un hijo.

Aún guardo las cartas en que mi hermano mayor decía lo que no podía saber su madre. Narraba lo del traslado de soldados por camiones de un lugar a otro, y del blanco que a veces eran los vehículos de un cohete salido quién sabía de dónde, y de las minas enterradas que podían levantar como papel lo que contactara con ellas.

“Es cuestión de principios”, decía él para resumir su móvil en la guerra de los cubanos en África, un continente que se me antojaba negro no tanto por la referencia con que a veces aún se le identifica, sino por el matiz de la vida de millones de personas en siglos de historia.

Nunca me habló de miedo a perder la vida. Nunca lo habría hecho nadie que en circunstancias como la suya sabría que en ocasiones la existencia pende de un hilo, y de menos de un segundo.

Mientras, mi mente era plaza en disputa entre orgullo y zozobra. No sabía pedirle a Dios que lo protegiera. Tampoco a la vida, porque es difícil pedirle a algo que se tiene delante y tantas veces va en nuestra contra.

Mi hermano regresó al hogar. Yo salí corriendo de la playa a abrazarlo, a comprobar las varias libras de menos que una foto le había quitado del cuerpo y, sobre todo, a consolarme con que no había perdido la sonrisa.

Un día el bienvenido supo que ya no veríamos más a alguien entre los edificios del barrio porque jamás volvería. Kakán había muerto en Angola, y aunque también la relación entre ellos fue mínima, el pesar le volvió a decir que hacer por los demás puede tener un precio mucho mayor que hacer por uno mismo, su familia y su país.

Ninguna anécdota, ninguna foto, ningún filme o discurso me ha hecho asociar el sacrificio en la misión militar cubana en Angola como el deceso de aquel muchacho de 17 o 18 años. Es que los recuerdos no son lo que se vive, sino lo que pervive.

Cuando paso por donde mismo él lo hacía poco antes de llegar a casa aún lo veo, como una sombra en relámpago, como una imagen difusa y fija donde antes parecía dibujarse.

Ya hoy ni la familia vive en el lugar donde estaba el hijo. Desconozco hacia dónde arrastraron el dolor. Lo que conozco es que Kakán no está, y que para soportar el peso de ausencias como la suya, las familias prefieren pensar que el arrebato fue no tanto de la muerte, como del azar del destino. De la vida.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cuando la radio era "de piedra"

“Eso fue cuando la radio era de piedra”, dijo un habanero de muy avanzada edad para referirse a la época en que una cubana habló por primera vez delante de un micrófono. El viejo nunca escuchó a Zoila Casas, pero en una discusión oyó asegurar que aquella mujer había inaugurado la locución en su país y Latinoamérica.

Cada 22 de agosto el hombre repetía la anécdota del que supongo un debate apasionado. La fecha en que comenzaron las transmisiones radiales de manera sistemática y estable en este país se prestaba para recordar la hazaña de Luis Casas Romero, pero también el apoyo de sus hijos Luis y Zoila para que el nacimiento de la tercera emisora en América Latina y el Caribe trascendiera mucho más allá de un empeño familiar.


Recuerdo que mucho después, en conversación con María Luisa Casas, hermana de Zoila, ella hablaba como si viviera los días en que fue obsesivo colocar en el éter la planta 2LC. Por sus referencias supe que la emisora transmitía pocas horas al día y finalizaba luego de producirse en la Fortaleza de La Cabaña el cañonazo que a las 9:00 p.m. se oía en toda La Habana.

Recuerdo que mucho después, en conversación con María Luisa Casas, hermana de Zoila, ella hablaba como si viviera los días en que fue obsesivo colocar en el éter la planta 2LC. Por sus referencias supe que la emisora transmitía pocas horas al día y finalizaba luego de producirse en la Fortaleza de La Cabaña el cañonazo que a las 9:00 p.m. se oía en toda La Habana.

En ese momento Casas Romero daba a conocer la hora, el parte meteorológico y un breve noticiero, para ceder el micrófono a Zoila, encargada de anunciar algunos números musicales.

Con esa iniciación Cuba logró distinguir una labor precedida por las lecturas que en el siglo XIX alguien hacía en comunidades religiosas, cárceles y tabaquerías para personas a su alrededor.

A 56 años de celebrar entre nosotros el Día del Locutor, vale ponderar que “cuando la radio era de piedra” en Latinoamérica una voz cubana la hacía cálida.