Bienvenidos

Los primeros pensamientos para encontrar nombre a este blog fueron tan arduos que pronto desistí. Intenté una y otra vez encontrar un término aceptado por la lengua o inventado que denotara Baracoa, mi primera tierra, y nunca quedé conforme. Entonces reparé en que al pensar recreaba un mundo muy propio, quizás porque el que vivimos todos no contenta como yo quisiera, y exige creer que el Sol va a iluminar el día, aunque haya nublados. Creo que nombrar este blog La bolita´el mundo puede expresar mi deseo de representar, aunque sea desde el yo personal, lo que desde niño imaginé universo, hoy tan frágil y vulnerable que por momentos no parece más que una pequeña esfera. La bolita´el mundo es mi mundo, es Baracoa, Cuba, mi familia, mis amigos, son los cubanos dispersos por doquier, las personas incluso que no conozco y la sensorialidad por la que respiro y busco armonía para convivir con la gente en y desde todo lugar, desde toda expresión. Es, en fin, el mundo en mí. O si se quiere, yo en el espacio creado por Dios o la Gran Explosión, según se crea. Lo importante será la palabra, esa por la que me gano el pan y trato de hacer verso.

lunes, 31 de diciembre de 2018

Más muertes, menos eficacia


No hay cómo parar el drama de los accidentes de tránsito en Cuba. Entristece saberlo, sobre todo porque tampoco hay cómo explicarse el rol de la lógica y la justicia en contra de los culpables.

Cansa ver tanta muerte, traumas, lesiones, dolor familiar y social;  tanta negligencia en los choferes y tanto desangramiento económico en un país que necesita hasta del más mismo tornillo.  

Poco ha servido la propaganda para evitar la proliferación de tragedia en las vías, la penalización a los conductores hasta la posible suspensión de la licencia a causa de infracciones, y hasta la escasa circulación de vehículos en calles y carreteras, respecto a lo necesario.

A esta hora no sé, ni me interesa, saber si los accidentes disminuyeron o aumentaron de un año a otro. Lo preocupante es que la irresponsabilidad campea por doquier, y que nos corroe la impotencia del nada poder hacer.

No son pocos los que piensan que en cuestión de justicia, en Cuba se es benevolente con los choferes que provocan sobre todo los accidentes más graves. En definitiva un día pueden volver al volante, como si el daño que hicieron se enterrara según se entierra a un muerto.

Es lamentable además que los familiares de un fallecido y la gente en  general se queden sin saber qué sucede con los culpables. Pudiera aparecer en la prensa, que muchas veces ni siquiera da a conocer antes la causa de lo sucedido, el nombre del que violó, la historia completa del qué pasó.

Lo curioso está en preguntarse si lo inconcluso de la información depende del periodista, o de la falta de voluntad para ofrecer datos por parte de las personas autorizadas a personarse en el lugar de los hechos para investigar.

Claro que no todo se tiene al instante, pero el deber de informar no tiene momento porque es todo el tiempo, y pretender ocultar lo relacionado con desgracias que cuestan vidas por transgresiones es,  literalmente, criminal.

Por razones como estas, hoy la lucha contra los accidentes del tránsito está perdida. Lo dice la realidad, y la sensación de que si un daño se repite, aunque sea igual, es peor.

martes, 23 de octubre de 2018

Yo periodista



No soy el médico, piloto, músico, ajedrecista que alguna vez de manera inocente o sensata quise ser; soy el periodista que soñé desde que tuve facilidad para decir algo, y deseos de que la escritura me explicara lo que no me explicaba nadie, ni todos los sentidos juntos.

Las primeras veces que supe que las personas viven de una ocupación fue cuando de niño conocí que mi madre era maestra, más cuando mi abuela materna decía delante de sus compadres que yo sería ginecólogo para verle a las mujeres algo a lo que muchas veces, sobre todo los hombres, damos un valor inexplicable.

Celebro que aquello del doctor quedara como un juego, y que mucho después, cuando opté por una carrera universitaria, desoyera el pedido de mi madre de que estudiara medicina, una carrera por la que yo no tenía vocación.

Quizás mi desvelo con el periodismo sea mayor por haber recorrido un camino más largo que otros para hacerme profesional siete años después de graduados mis compañeros de preuniversitario.

Hoy, en la cima de mi empeño, me debato entre la censura, la condicionada autocensura, el sacrificio casi enfermo, la poca utilidad del salario, el insuficiente reconocimiento social y la inmensa pasión que me atan al periodismo donde quiera que esté.

Hace poco alguien me dijo que no sabía a ciencia cierta para qué se convirtió en periodista, y al preguntarme por qué lo hice yo, le respondí que era mi manera de tratar de entender mejor a las personas y al universo.

Conozco a un joven y excepcional colega que en su carta de presentación en un blog dice que escribe porque sueña con ver a Dios un día. Yo no aspiro a tanto, pero aspiro a saber si Dios existe, porque aún me lo respondo sin quedar convencido.

He llevado encima durante veinte años una profesión que si amas de verdad te invita a elegir palabras y construir frases y trabajos mientras caminas, esperas, te diviertes, te das unos tragos de ron, te tomas unas cervezas, duermes y, si sueñas con la literatura de ficción, quizás hasta haciendo el amor.

Cuando pienso en lo que alguna vez quise ser, tomo del piloto la altura a la que se debe estar; del músico, el ritmo de las palabras; del ajedrecista, el tino en cada movimiento; y del periodista que soy, el periodismo todo, hasta ser luz.

sábado, 25 de agosto de 2018

Crónica minimalista


"¿Cómo tú te llamas?", me pregunta una niña de dos años que acababa de ver y cuando me dispongo  a responder se adelanta y dice el nombre. Yo me asombro, porque desde noviembre pasado no reencontraba a la pequeña.

Me ve sacar el estuche de una cámara y escucho:
"Tírame una foto", y se la hago.

"¿Tú tiene celulai?"

"Sí".
 

"Hame un sefi", expresa trastocando la manera de tener otra foto para ella, y yo, sin más tiempo que el de salir para mi trabajo, me pregunto cómo los niños de hoy no piden abandonar el vientre de la madre antes de los nueve meses.