Estoy al creer que la intención de facilitar la transmisión
de mensajes a las personas es a la vez un atentado al buen sentido.
Me es difícil soportar uno de esos filmes en los que un
ídolo del celuloide cuyo idioma es el inglés vemos u oímos hablar en español
hasta con eses silbadas como penetrantes rachas de viento por resquicios de una
ventana.
He tenido que rendirme ante el hecho de que ahora se impriman
las postales por el Día de las Madres con frases cursis o no cursis, pero que
dicen lo que un potencial remitente no ha dicho, robando además la posibilidad
de que alguien se luzca con un mensaje propio.
Se me ocurre pensar que es como si un poeta necesitara
una página en blanco para iniciar su verso, y le entregaran una hoja con un
exergo.
Celebraría mejor que la inspiración personal acompañe
las postales como un juego que solo con frases nacientes fuera completo.
La idea de elaborar un texto es inigualable para
crecerse, y el de acudir a la imaginación es incomparable para salvar un escollo.
Conozco a alguien que quiso enviar una tarjeta de felicitación
a la progenitora de una muchacha que le simpatizaba, pero desconocía el nombre de la destinataria y utilizó
un recurso insospechado.
El remitente estampó el nombre de la muchacha, especificó
que la postal era para su madre y escribió un mensaje que haría sentir orgullosa
a cualquier mujer que haya procreado.
Como era de suponer, hubo más conquista que a una madre.