Lo que se habla hoy en Cuba sobre servicios comunales
es mucho, y lo será mientras sea insuficiente la logística para garantizar la
recogida de desechos de todo tipo diseminados por doquier, y en cualquier
región del país.
Pero criticar en contra es muy fácil si lo hacemos con
un dedo acusador y la voz dirigidos hacia otros, sin mirar hacia uno mismo y
considerar el compromiso individual en torno a ese espacio que queremos limpio,
y si fuera posible, impoluto.
Baracoa, como ciudad, es un lugar donde la
responsabilidad ciudadana dista bastante de la necesaria para habitar en un
espacio libre de suciedad, de potenciales agentes de enfermedades y de tantas
actitudes mediocres que empañan la luz del día.
Contrasta bastante que la llamada Ciudad Paisaje hoy
merezca ese epíteto casi solo por la belleza de su mar, la singularidad de su
bahía, el verdor de la vegetación, la vista del imponente Yunque y ese halo
mágico que parece bordear una zona bendecida por la naturaleza.
Si tan lejos estamos del momento en que podíamos
imaginar a la primera de las villas y ciudades cubanas como uno de los sitios más
limpios de este país, es en buen grado por la cantidad de basura que arroja la
gente en las calles, en el malecón, en lugares periféricos donde cada vez hay
más microvertederos, y hasta en ríos y playas, o cercanamente.
Con una respuesta que justificara tanta indolencia y
falta de sentido común no valdría ni siquiera haber comenzado el comentario que
escribo, sin intención de aplaudir en modo alguno el trabajo del personal de
servicios comunales aquí, porque sé de la posibilidad de que tampoco se haga
todo lo que se debe, y todo lo que se puede.
Pienso que haríamos un acto de justicia si al menos de
vez en vez enterramos los lamentos que con razón provocan la paupérrima disposición de transporte, contenedores,
cestos y otros medios para contribuir a higienizar la plaza donde coexistimos,
y a la par cuidamos la ciudad como hacemos con la casa.
Así, con seguridad, habría menos desechos, más sentido
de pertenencia y quién sabe si hasta un cambio a favor en la tan arraigada
costumbre de creer que los males provienen de otros, y la culpa nunca es de
nosotros.
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