Quizás Anastasia Sánchez Sánchez nunca supo lo que es un laberinto. Hoy vive en uno, porque su memoria anda perdida dando traspiés, a veces sin levantarse pronto; a veces, la mayoría, sin levantarse nunca.
En la trampa de la vejez, ella recorre su vida desde que siendo niña vino con su familia a pie de Felicidad de Yateras a Baracoa, hasta los días en que el Alzheimer le hace extraviar los caminos.
Hoy, en zigzag, y solo instada a hablar, la anciana dice que nació en Santa Clara, “hace años ya”, en un lugar “que ya ni me acuerdo”.
Tampoco recuerda muy fácil dónde vive ahora, con quiénes, cuántos son sus hijos y bajo el cuidado de cuál está.
La realidad es que Chiche, como le dicen, reside en zona próxima al río Toa con una hija y un nieto, y que su verdadero hilo de contacto con el mundo es la asistencia de la descendiente cuando ella necesita levantarse, hacer necesidades fisiológicas, comer y oír una voz que no sea la suya.
El otro cordón umbilical de la anciana de 105 años con la vida es su tarareo de canciones que casi nunca reconoce ni la familia, y que el día de la visita de este reportero hacía escondida del frío, acostada en la cama, cubierta de pies a cabeza.
Aún así, dice sentirse bien. Según la hija come bastante; según ella misma, “lo que me den, carne y plátano”, y como fruta: “arroz con leche”.
Cuando Chiche quiere refrescar y la memoria la deja, se va hasta un arroyo en La Perrera a lavar con la hermana. Allí está buen rato, hasta que el desvarío la devuelve a los 55 años que asegura tener, a los 100 que “quisiera vivir”, y a los 200 que no quisiera, “porque es mucha edad”.
Tal vez de todo eso se encargue Dios. Ella no es religiosa, pero cree en él. “Puede ser que me proteja”, aunque “con la edad que tengo ya pierdo”.
En las pérdidas de Anastasia están los muertos que a veces llama, está la paradoja de los días que alargan su existencia y refuerzan su enfermedad, está el padecer de andar sin orientación, ni buenos pies.
De un laberinto, incluso iluminado, no se sale tan fácil. Ni cuando se quiere. Ni cuando en la bruma se hace hasta por cantar.
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