En casi medio siglo de memoria viva, no recuerdo que alguna
vez los santiagueros durmieran en masa fuera de sus casas, ni que un medio de
difusión cubano advirtiera, sin ambages, que se espera la ocurrencia de un sismo
de gran intensidad en la segunda provincia más importante de la mayor de las
Antillas.
El desplazamiento de familias enteras hacia parques y otras plazas para pernoctar a la intemperie tras la serie de temblores perceptibles iniciada en la madrugada del domingo 17 de enero en Santiago de Cuba no solo sorprendió, sino que alertó como nunca sobre cómo la gente está expuesta a una eventualidad temible.
Hoy, el pánico causado por el registro de cerca de 40 temblores en menos de dos semanas se traduce en un daño sicológico expuesto en testimonios, conversaciones y actitudes de los santiagueros, mientras en muchos el legendario orgullo por su terruño ha cedido terreno a la posibilidad de habitar cualquier otro lugar del país donde las sacudidas no sean un fantasma.
Ubico en la segunda mitad de los 90 del pasado siglo la primera vez que oí pronosticar “en serio” un gran sismo en Santiago de Cuba para la entonces lejana fecha del 2012, la misma que, mucho después, se anunció como el comienzo del fin del mundo, o sin apocalipsis, el nacimiento de una nueva era.
El vaticinio del terremoto lo hicieron investigadores de la citada provincia durante un encuentro sobre enfrentamiento a desastres celebrado en La Habana, y aunque solo ahora las entrañas de la tierra parecen estar próximas a un trágico estremecimiento en territorio oriental, me parece indiscutible el mérito de aquellos estudiosos.
Diez años antes de la predicción yo había sentido en la Universidad de Oriente, también de madrugada y durante el sueño, como si alguien agitara con ganas uno de los tubos metálicos de la litera donde descansaba luego de que el té negro en abundancia me mantuviera despierto delante de los libros.
Fue la primera y única ocasión en que me vi en ropa interior en público, cuando ya la voz de “está temblando” había recorrido el segundo piso de un edificio y hembras y varones salían disparados de los cuartos sin reparar en qué les cubría el cuerpo.
Aquel para mí insólito suceso me permitió mantener la calma cuando meses después el piso del aula donde estaba osciló varios segundos a la manera de dos personas cerniendo arena para la ejecución de una obra.
Confieso que ya ese momento cambió la sublimación que desde niño hice de una ciudad en la que me había encontrado a gusto y con el tiempo vi asociada a molestias como el calor sofocante, las calles empinadas, la escasez de agua y la preocupación por lo posible de que un derrumbe o una grieta me llevara a la nada.
Cuando hace 80 años se produjo uno de los terremotos
más devastadores en Cuba y se reconoce el provecho del Centro Nacional de
Investigaciones Sismológicas para mitigar riesgos, miles de personas asustadas
se esperanzan, oran, ruegan, cruzan los dedos y encomiendan su alma a Dios.
Otros se
acuerdan de Santa Bárbara, porque en Santiago de Cuba hoy truena, solo que bajo
tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario