No
soy el médico, piloto, músico, ajedrecista que alguna vez de manera inocente o sensata
quise ser; soy el periodista que soñé desde que tuve facilidad para decir algo,
y deseos de que la escritura me explicara lo que no me explicaba nadie, ni
todos los sentidos juntos.
Las
primeras veces que supe que las personas viven de una ocupación fue cuando de
niño conocí que mi madre era maestra, más cuando mi abuela materna decía
delante de sus compadres que yo sería ginecólogo para verle a las mujeres algo
a lo que muchas veces, sobre todo los hombres, damos un valor inexplicable.
Celebro
que aquello del doctor quedara como un juego, y que mucho después, cuando opté
por una carrera universitaria, desoyera el pedido de mi madre de que estudiara medicina,
una carrera por la que yo no tenía vocación.
Quizás
mi desvelo con el periodismo sea mayor por haber recorrido un camino más largo que
otros para hacerme profesional siete años después de graduados mis compañeros
de preuniversitario.
Hoy,
en la cima de mi empeño, me debato entre la censura, la condicionada
autocensura, el sacrificio casi enfermo, la poca utilidad del salario, el
insuficiente reconocimiento social y la inmensa pasión que me atan al
periodismo donde quiera que esté.
Hace
poco alguien me dijo que no sabía a ciencia cierta para qué se convirtió en
periodista, y al preguntarme por qué lo hice yo, le respondí que era mi manera
de tratar de entender mejor a las personas y al universo.
Conozco
a un joven y excepcional colega que en su carta de presentación en un blog dice
que escribe porque sueña con ver a Dios un día. Yo no aspiro a tanto, pero
aspiro a saber si Dios existe, porque aún me lo respondo sin quedar convencido.
He
llevado encima durante veinte años una profesión que si amas de verdad te
invita a elegir palabras y construir frases y trabajos mientras caminas,
esperas, te diviertes, te das unos tragos de ron, te tomas unas cervezas, duermes
y, si sueñas con la literatura de ficción, quizás hasta haciendo el amor.
Cuando
pienso en lo que alguna vez quise ser, tomo del piloto la altura a la que se
debe estar; del músico, el ritmo de las palabras; del ajedrecista, el tino en
cada movimiento; y del periodista que soy, el periodismo todo, hasta ser luz.