Lo escuché mientras tomaba café en casa. La muchacha del hogar contiguo le decía al vivaz niño que cuidan lo bueno de portarse bien para que Dios lo quiera y un día, cuando él sea grande, se lo lleve al cielo. El chiquillo, de 4 años, la sorprendió: ¿Y no puedo bajar?
La asombrosa salida de Leider hizo acordarme de la que inspiró una crónica (Leer Una pregunta difícil). En pocos días, su ocurrencia también decidió que el chofer de su carro de juguete “no sirve, porque se ataca”; que de los puercos encerrados cerca “uno es mío”, y eligió el más grande; y que, tras mucho oír sobre sacrificios personales y búsqueda de sustento, “todo el mundo hay que trabajar”.
En la sugestiva percepción infantil lo impensado es un cuño. A Yusmalis, de 5 años, los adultos la mortificaban diciéndole que seguro tenía novio en la escuela, y que según decían los otros del aula, era Andresito. Ella, muy apenada, precisó “que no, ese no, e feo como el diablo”.
Hoy, mientras un caballo viejo vacilaba en cruzar el río Joa, evoqué a mi sobrino Geiser, que con 5 años y el recuerdo más triste de su vida narró cómo Chocky, el perro de su casa, fue atacado delante de él por otros perros hasta quedar sangrado y herido de muerte. Finalmente Chocky “escapó, cruzó el río, y no funcionó más”.
Con menos edad, un niño puso en aprietos a su educadora del círculo infantil cuando en una comprobación general de conocimientos ella negó que el hombre como especie fuera un mamífero, y él, contrariado, “se lo explicó” recordando lo que un día alcanzó a ver en el cuarto de sus padres.
Hace poco Adriana, alumna de primaria, mostró quien sabe si una precoz defensa de género. Entregó a un periodista una hoja donde decía que este estaba enamorado de una muchacha que sentaba en su pierna. “Enamorado de ella”, repetía dos veces, y la referencia iba hacia un dibujo en que lo femenino se distinguía con trazos de cabellos largos y una saya. Un día Adriana vio al periodista con su esposa y, sonriente, le voceó: “Oye, ¿entregaste la carta?”
Con tanta perspicacia uno llega a preguntarse qué ha pasado con la información genética transmitida de padres a hijos, la educación en las familias y la contribución de la tecnología al desarrollo mental. A Jeison le decían ayer que él había nacido de la barriga de su madre, y el pequeño replicó: “¡Mentira, yo nací de la piernas de mi mamá. Yo lo vi en la tele!”.