A periodistas de Baracoa nos echaron encima un tanque de agua fría a falta de combustible. Claro, nadie quería que le rociaran el cuerpo con inflamable, y sí que hubiera el petróleo necesario para hacer un viaje en ómnibus a la ciudad cubana de los coches.
No sería un simple paseo. Sería la oportunidad de que profesionales
de la radio y la televisión de la Primera Villa de Cuba, hoy con méritos suficientes
para mencionárseles en todo el país, sostuvieran un intercambio con personal asociado
al periodismo en Bayamo.
Tampoco sería en cualquier fecha, porque el deseo de que el encuentro
se diera durante el desarrollo de la Jornada por el Día de la Prensa Cubana era ex profeso.
Y entonces, ¡puaf!, el agua encima, y semicongelada, y no válida,
y como para cuestionarse si es lo que merece gente sacrificada que cumple su
rol social entregándose a pulmón, sin condiciones de trabajo ideales
por ningún lado, casi sin pedir a cambio.
En momentos así llego a preguntarme para qué soy periodista,
cuando no es para hacerme el mayor regalo de la vida, y para tratar de hacerles
la existencia un poquito mejor o más comprensible a los demás.
No creo que sea la imposibilidad de hacer a causa de falta
de combustible un viaje por carretera más que planificado, la manera en que
quienes podían asegurar la travesía debían estimular lo hecho por personas que,
por ejemplo, contribuyeron de manera crucial a la obtención del Premio de la
Dignidad a la prensa guantanamera por la cobertura vinculada al huracán
Matthew.
Tampoco creo que deba exponer aquí la actitud asumida por
esos otros para atender un pedido, o la razón esgrimida para desestimar un reclamo.
No tendría sentido. Al menos para mí, es inexplicable sostener un argumento si
no lo dicta el sentido común.
De momento, yo voy a premiarme con mi propia dignidad,
con la idea a lo García Márquez de que el periodismo es “el mejor oficio del
mundo”, y con la certeza de que cuando quiera ir de nuevo a Bayamo, no tendré que
mendigarle a nadie.