Una vez escribí que el agua podría ser considerada como patrimonio inmaterial de Baracoa. Continuas lluvias habían dejado un paisaje de inundaciones de ríos, lodazales, plantaciones caídas, reverdecer de la flora y ese hastío de cuando la persistencia altera hasta el pensamiento.
Creo que a esta hora deben ser muchos los que acuden a leyendas, divinidades y premoniciones para explicarse que el espectáculo nocturno con que se esperó aquí el medio milenio de historia de la Primera Villa de Cuba ya trascienda como la gala del agua.
Es difícil aceptar que si en el lugar donde más llueve en Cuba no hubo registro de precipitaciones que afectaran en fechas recientes la vida en la ciudad, la lluvia se anunciara y cayera poco más de una hora antes de la medianoche que haría nacer el día en que esta tierra festejara un distintivo cumpleaños.
Así es Baracoa, así es su naturaleza y así la asimilada percepción de que en la designada primera en el tiempo no hay celebración popular sin lluvia que la contraríe o bendiga.
Ester 14 de agosto, mientras en una plaza contigua al mar el arte recreaba bajo lluvia la conquista española en el archipiélago cubano, se podía recordar cuando en 1492 Cristóbal Colón tuvo que esperar durante días con paciencia la retirada de las lluvias para salir en sus naves de la bahía de Baracoa y continuar su aventura oceánica.
Desde antes, el agua fue recurrente en la región: “... allí era el propio lugar para hacer una Villa o ciudad y fortaleza por el buen puerto, buenas aguas, buenas comarcas y muchas leñas", había descrito el Almirante en su diario, y la sugerencia fue realidad casi veinte años después.
Hoy Baracoa sigue siendo agua. La imprevista, intempestiva y no sorprendente precipitación de anoche durante la gala por el onomástico de la ciudad confirma la certeza, y dice que, invitada o no, la tendremos siempre en el alma colectiva.
Con designios tales habrá que bendecir la lluvia. Obedecer a la providencia es sabio.