martes, 25 de febrero de 2014

Un viaje alucinante



Al fin puedo comprar un auto de lujo en Cuba. La posibilidad de andar a la moderna y dejar los recorridos a pie ya no es un sueño, sino  algo alucinante, como acostarse siendo pobre y despertar siendo rico.

De niño tuve un triciclo y de adulto ni Lada ni Moskovich, pero ahora podría manejar un Peugeot si desearlo hasta 260 mil veces valiera poseer la misma cantidad de dólares.

Solo temo pensar como Calderón de la Barca que los sueños, sueños son; que los cuentos de hada y sus maravillas son eso, cuentos; y que la realidad del país donde vivo se parezca tanto a lo surreal.

Pensándolo bien, mejor apelo al recuerdo de los años en que aprendí dando pedales a acelerar o detener la marcha de tres ruedas cuando lo necesitaba, más que cuando lo quería.

Después de todo, esta es mi Cuba, donde “estar en China” no siempre significa encontrarse “en la Luna de Valencia”, y puede que sí poner la mente en hacerse de una Flying Pigeon, para rodar y rodar, quién sabe hasta cuándo, quién hasta dónde.

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