miércoles, 26 de febrero de 2014

Soy drogadicto



Acabo de saberme drogadicto. Si hasta hoy me declaraba solo arrastrado por el deseo imperturbable de tomar café, ahora me creo  absorbido por un ordenador.

Ya una perspicaz colega había referido que la computadora está considerada como la cuarta droga más letal del mundo, pero solo al  repetirlo un galeno supuse que a diario me incita el abismo.

Cuando en una consulta médica dije en qué y cómo trabajo, el clínico relacionó la sospechada contractura muscular que yo padecía con el esfuerzo físico y la cantidad de horas sentado delante de un equipo con servicio de internet.

El galeno no descubría mucho, pero de alguna forma fue sensata la alerta de que la tentación por un monitor acoplado a una máquina puede incentivar como una mujer hasta lo enfermizo.

Hace poco una recién llegada al team Radio Baracoa me sugirió dedicarle más tiempo a mi pareja, o, cuando menos, compensar mejor el tiempo de revisión o elaboración de textos con las horas necesarias para estructurar debidamente diálogos, caricias y sexo en casa.

Me sentí desarmado, no tanto por el consejo, sino porque supe que la muchacha hablaba a partir de una experiencia personal en su contra, y porque en minutos abrió una brecha en mi rutina de ligarme al trabajo como se deja atada una bestia a un árbol.

Después de eso, de considerarme incorregible, de seguir esclavizándome en lo laboral por la fuerza de la costumbre y de no encontrar salida, sigo metido en internet como con amante insaciable.

Sumergido en esa droga, celebro estar ajeno al consumo de estimulantes nocivos, a la función narcotizarte que un avezado comunicólogo atribuyó a los medios de difusión masiva, a los somníferos de la televisión cubana, a las conversaciones dilatadas y sin provecho de tanta gente; en fin, al sin sentido.

¿Cómo depender entonces de un monitor y un teclado de computadora, que ni tonifican como el café, ni desinhiben como el alcohol, ni “liberan” como el polvo blanco que inhala quién sabe cuánta gente en el mundo? 

Culpable es el periodismo, una especie de alucinógeno que en la cumbre pone a prueba el corazón y casi corta el respiro. 

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