martes, 18 de junio de 2013

Yo y la lluvia

Estoy cansado de la lluvia. Lo pienso cuando entra en mi vida sin desearla, rompe mis planes y no hay Dios que la detenga, quizás por eso de que es Dios quien la manda.

El proverbial agracero que temprano este domingo advirtió sobre el comienzo de la temporada ciclónica en Cuba se acompañó de una sucesión de truenos que hizo invocar a Santa Bárbara y provocó miedo, subidas de presión arterial, ruegos y cruces de dedos de las manos.

Yo, que de la tradición oral y la práctica para detener el agua del cielo solo aprendí a trazar una cruz con ceniza en un espacio abierto, creí entonces necesitar una señal del tamaño de un campo de fútbol, más algo capaz de impedir, en mi camino, que los goterones se sintieran como agujas en los huesos.

El día continuaba hecho agua, inundación, lodo a las cinco de la tarde, y mientras subí y bajé una larga loma con paraguas, envases plásticos y un gallo a cuesta reparé en que hacía 8 horas la lluvia parecía adueñarse de Baracoa.

Todavía hube de refugiarme durante 20 minutos bajo una pequeña gruta para evitar que el agua y una súbita corriente de aire desbarataran mi humilde sombrilla protectora, o vencieran la resistencia física de alguien a esa hora empapado en alma.

Un rato después, donde compré dos maltas enlatadas y dos caramelos para regalarlos al anciano niño que es mi padre, supe que las descargas eléctricas habían dañado el sistema computarizado que permite regular en una estación el depósito de combustible en los vehículos.

Al final del regreso a casa en Joa abajo, repetí por enésima vez la escena de una película que aún no he filmado: la búsqueda de asustadizas aves de corral quién sabría el paradero; la introducción en agua poco profunda de un río inundado y teñido; el lento avance hasta llegar a la portería de la que llamo mi choza; la entrada al lugar donde único tengo verdadero reino.

Por eso la lluvia hasta me hace alterar el sentido de la gramática española, por eso el título de esta crónica y por eso el hastío del agua en mí, aunque solo si no pienso que es una bendición tenerla.

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