jueves, 14 de marzo de 2013

Toujours la mer













Hoy sentí que el mar iba a llegar a mi casa. De madrugada, el ruido del choque de las olas contra el arrecife y la arena me dio la sensación de que al salir al portal lo encontraría rodeado de agua.

Lo extraño es que el océano dista un kilómetro de donde vivo. Sucede que la circunstancia del agua es tan afín a mi existencia, que imaginé el líquido ganando terreno desde la costa hacia mí como mismo hace el río ubicado a solo metros de mi hogar cuando en Baracoa llueve con ganas unas horas, o solo por un buen rato.

Dos horas después vi el mar revuelto, y un cúmulo de palos y restos de cocos a orillas de la calle principal de una ciudad cuya cercanía a la mayor masa de agua del universo parece invitar a que la bañen.

Siempre he creído que el mar es ideal para comprobar de la manera más simple las leyes de la física. Su calma o furia, su apariencia azul o verdosa es posible explicarlas aunque sea a medias por corrientes de aire superpuestas según reine el clima.

Así también puede entenderse cuanto cabe como suceso e inspiración en los siglos en que la navegación, la pesca, el ocio y la literatura vinculados al mar han desnudado afán, tragedia, provecho y placeres humanos.

La mer, la mer toujours…”, me asalta con insistencia como frase fragmentada del poema de Valéry que Carpentier usó para plasmar en La Consagración de la primavera un leimotiv legendario.

Quizás mi preferencia por el del color azul haya nacido en las muchas veces que de niño mis ojos recorrían esa vastedad de agua sublime y peligrosa, a veces reducida al espacio de una playa.

Así conocí la espuma, el susurro de las olas, su vaivén; así supe, mucho después, que estar circundado de agua pone a navegar la mente quién sabe hasta dónde, y quién sabe si temiendo que un día a la naturaleza se le ocurra tragarte.

Ahora, cuando en impresión el mar de Cuba es mucho más paisaje que esencia para transporte de cualquier tipo y búsqueda de peces demasiado esquivos, sumergirse en sus aguas es mojarse en el país y llevarlo en la piel como salitre.

A lo mejor por eso se siente el mar tan cerca, a toda hora, diciendo que para entrar a tu casa y tu memoria no necesita aviso.

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