Un amigo ironizaba hace poco en Facebook
conque ante la acelerada desaparición de especies animales y vegetales o
en riesgo de perderse a consecuencia de acciones humanas, la especie
más inteligente sobre la tierra era la que merecía extinguirse.
La sentencia se relacionaba de manera indirecta con el anunciado fin del mundo
previsto por los mayas para este 21 de diciembre, que sin producirse
hace cambiar el discurso hacia el comienzo de una nueva era, urgida,
diría yo, de un nuevo trato al planeta azul.
Cuando
la historia registra unas 160 profecías sobre el momento en que debía
apagarse el universo, pesimistas, escépticos, optimistas reaccionan hoy a
su manera y seguros de que la vida continúa, pero en un entorno
contaminado por demasiados irresponsables.
Ahora
que celebramos la posibilidad de seguir viendo a diario la luz solar,
la noche, la lluvia o la nieve en los rincones menos pensados, sería
prudente considerar cómo pudiéramos contribuir a que la visión
apocalíptica que generan muchos medios de difusión y foros acerca del
medio ambiente, las guerras y la incertidumbre sean cuestión del pasado.
No hallo mejor forma de vislumbrar el alba.
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