A fuerza de razón, convengo con Borges en que la literatura es un sueño dirigido. Ni siquiera el mundo onírico en su irregular proceso recrea la realidad como lo hace un texto. Preferir un autor o libro dice que el ensueño literario no dista mucho del personal, y que el mundo también merece descubrirse en otros.
Las obras que tenemos en casa o buscamos son alma del yo, luces y sombras de laberintos psicológicos que nos definen como somos o queremos ser. Por eso los libros hacen lectores, y quienes leen hacen del texto un universo cuyo fin será siempre deslumbrar.
Ya se sabe que la buena literatura puede hacer milagros. Puede ayudar a explicarnos este misterioso y sorprendente mundo, en que sin embargo la capacidad de asombro es cada vez más rara, y las emociones más escasas.
Las trampas tecnológicas amenazan. Cuando las posibilidades de producir un libro son tan amplias, la gente prefiere avances que dinamicen su vida, entretengan o instruyan rápido y aparten de aliarse a lo que parezca solitario.
Por eso Borges hace falta.